Ayer me llamó llorando. No eran las lágrimas de siempre, eran lágrimas de desesperación.
Cuando al fin consiguió articular palabra, me dijo que no era capaz de mantener a nadie a su lado, que destroza todo lo bueno que le ocurre, que echa a todo aquel que trata de ser bueno con ella.
¿Sabes lo más triste?
Que no supe cómo tranquilizarla, qué decirle para que dejase de llorar.
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