domingo, 1 de diciembre de 2013

Verdadero asco de vida

Existen dos clases de personas en este mundo, y así lo manifiesta Mel Gibson en la película Señales:

Están esa clase de personas que cuando se ven saturadas, por una u otra razón, tiran la toalla sin ni si quiera haberlo intentado, y está ese grupo de personas que no se rinde jamás. La teoría es sencilla, parece que solo cabe la posibilidad de que sea blanco o negro, pero no del todo cierta. Los extremos de ambos grupos son fácilmente distinguibles, los que siempre se rinden y los que siempre luchan, y en un principio todo el mundo está en uno de esos dos grupos, pero el problema viene cuando por determinadas razones uno de los que nunca se rinden empieza a flaquear, y poco a poco se va desanimando, sintiéndose solo y termina por cruzar el umbral hasta que acaba en el grupo del que siempre había renegado.

Y es triste. Es triste ver como alguien que durante mucho tiempo ha estado peleando por un puesto en el privilegiado grupo de los que nunca se rinden, pasa del todo a la nada en cuestión de horas o días. Ese puesto guarda una estrecha similitud con la confianza que una persona deposita en ti: puedes estar luchando años por ganarte esa confianza, que en cuanto cometas un fatídico error, la has perdido. Sin embargo, no todos pueden llegar a ese grupo de privilegiados, pues, valga la redundancia, es un grupo solo para privilegiados; los que están ahí es por algo, porque se lo han ganado, porque cuando han estado tentados de tirar la toalla, no lo hicieron, y siguieron luchando.

Si bien esto es así, es verdad que puede darse el caso en que una persona que se creía fuerte, vea que no lo es, y cometa el peor error que podía cometer: el de fallarse a mismo. Como ocurre en otros ámbitos, la primera fase es la de la negación, al principio no te crees lo que ha pasado, afirmas y recuerdas todo lo que has hecho bien para demostrarte a ti mismo que eso no te puede estar pasando a ti, que la culpa es de otro. Esto da paso a la segunda fase, la de la negociación, pues te planteas aceptar parte de culpa siempre y cuando no seas el único culpable. De ahí se pasa a la fase de la aceptación, en la que te das cuenta que efectivamente lo has hecho mal, lo que da lugar a la última posible fase que no tiene porqué darse en todos los casos, la depresión.

Una persona que lleva tanto tiempo combatiendo para demostrarle al mundo, pero sobre todo a sí mismo, que merece la pena esforzarse, y ve cómo en cuestión de horas se le viene el mundo abajo, se derrumba.




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